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La siniestra intención del responsable, hizo vivir amargas horas a los dueños del piso que acogieron a las religiosas, pero tuvo su parte po– sitiva para la causa de beatificación de las religiosas. Se libraron de la muerte por intercesión de la M. Inés como luego veremos y además fue– ron testigos de todas las horas y de todo lo que aconteció a las religiosas desde que fueron sacadas del piso hasta la muerte. Del piso fueron llevados todos al puesto de control que, con toda seguridad, funcionaba en Vicálvaro, ya que la muerte se produjo, como luego veremos en uno de los descampados de este municipio. La M. Inés y Sor María del Carmen vivieron, en la noche del 20 al 21 de agosto, las horas más insoportables y negras de su vida. Un verda– dero Getsemaní. Primero las sometieron a un simulacro de juicio, maca– bra pantomima, ya que estaban previamente condenadas a muerte sin abrir la boca, por el simple hecho de ser religiosas. Después las religiosas fueron protagonistas sufridoras de una sesión extremadamente cruel. Los milicianos a toda costa querían arrancarles el paradero del resto de la Comunidad. Conscientes por desagradable experiencia intuyeron las intenciones sanguinarias de sus raptores y del daño que causarían a las demás religiosas y a las familias si descubrían donde habían sido acogidas, por eso, se limitaron a responder que igno– raban totalmente su paradero. Los milicianos iniciaron el diálogo con las religiosas en tonos suaves e incluso con promesas de que, si declaraban dónde vivían sus compa– ñeras, ellas quedarían en libertad. Tenían que ser muy ingenuas las reli– giosas -cosa que no sucedía- para no descubrir la hipocresía y engaño que había en tales palabras y promesas. Como por las buenas no conseguían nada, abandonaron la falsa ca– reta de humanidad y empezaron a aduar con los métodos propios, las amenazaron con los tormentos más refinados antes de ser ejecutadas. Como las religiosas se mantenías firmes, fueron materialmente trituradas con las culatas de los fusiles, no hubo parte del cuerpo que no recibiera golpes brutales. Al final, y llenos de rabia por no haber conseguido hacer– las cantar cuando se cansaron de darlas golpes e insultarlas, fueron arro– jadas como fardos en un calabozo, sin prestarles ayuda de ningún tipo. 261

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