BCCCAP00000000000000000000447
Vida de catacumbas. El 26 de julio, a las ocho de la mañana y con el fin de no causar expectación en el pueblo, ocho religiosas concep– cionistas cogieron el primer coche de línea que salía para Madrid. Pero el viaje no pasó tan desapercibido como deseaban. Se dio la desafortunada coincidencia de que a esa hora había una miliciana de guardia frente al convento y reconoció a las religiosas. Empezó a insultarlas dando gritos y les decía. "No volveréis al convento. iMirad, así os haremos!" y disparaban la pistola. Cuando arrancó el coche de línea, la guardiana del convento dio cuenta a sus compañeros de la fuga de las monjas. El susto y la sorpresa de las religiosas fue mayúsculo cuando, al bajar del coche en la estación de Madrid, observaron que les seguían un grupo de milicianos y entraron con ellas en la casa de la hermana del capellán, ubicada en la calle Tres Peces. Hicieron un registro minucioso y cuando llegaron a la habitación donde se encontraban las religiosa, entre pala– brotas y chistes de mal gusto, fueron preguntándolas de dónde eran. Ellas contestaban con toda naturalidad: "yo soy de Toledo, yo de Burgos, de Zamora" , cuando una dijo que era de León, el que hacía de cabeci– lla, dirigiéndose a los compañeros, les dijo: "Vamos, que esta es mi paisana". La pequeña reserva de nobles sentimientos que aún conser– vaba aquel miliciano, evitó que continuaran acosando a las religiosas. Desde ese día no volvieron a molestarlas. Doña Consuelo, madre del capellán de las monjas, demostró en esta ocasión ser una mujer de carácter y de iniciativa. Sin miedo a la gran pe– ligrosidad de sus constantes salidas y andanzas por las calles de Madrid, donde a cada vuelta de la esquina podía encontrarse con patrullas de mi– licianos armados, tenía ya apalabradas las familias que se habían com– prometido a recibir en sus casas a las monjas. El mismo día 26 de julio, después que se marcharon los milicianos que habían seguido a las mon– jas, hizo el reparto. Nunca se valorará bastante la valiente y arriesgada caridad de tantas familias, cristianas de verdad, que recibieron en sus casas a los religiosos y sacerdotes durante la Guerra Civil. Gracias a su desinteresada y arries– gada ayuda, salvaron la vida muchos miles de religiosos, en inminente peligro de sus vidas, sobre todo en Madrid, donde vivían tantos sacerdo– tes y religiosos de provincias, sin familia en la capital que les diera cobijo. 256
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz