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Es difícil que nosotros, con una sensibilidad un tanto habituada o es– tragada por la vida y habituados a oír muchas de esas expresiones, al menos en la radio o la televisión, podamos imaginarnos el impacto brutal que produjeron en la sensibilidad de las religiosas, los insultos bajos, las blasfemias contra todo lo más sagrado, que salían a borbotones de aque– llas gargantas desgarradas y afónicas del licor ingerido. Una de las religiosas que había formado parte entonces de la comu– nidad de El Pardo y que soportó el atropello salvaje y falto de la más ele– mental humanidad, me confesaba, años después, que durante mucho meses tenía pesadillas horribles durante la noche y se despertaba sobre– saltada: "No me cabe en la cabeza -me decía- que en el corazón y en el alma de un hombre, y menos de una mujer, pueda acumu– larse tanto odio y deseos de destrucción hacia unas personas como nosotras, que al fin y al cabo, sólo hacíamos orar y sacri– ficarnos por ellos". El gesto de amparo de las familias de El Pardo hacía las religiosas sig– nificó un gran alivio para ellas, después de las amargas horas vivídas, desde que salieron como en procesión por la puerta del monasterio, hasta el mo– mento en que se refugiaron en la casa de las familias amigas. Les ayudó, en otro sentido, para. reflexionar con tranquilidad en lo que debía ser su comportamiento frente a un futuro que, ignoraban, pero, desde luego, a juzgar por los primeros acontecimientos, prometía ser nada esperanzador, y además debían afrontarlo en solitario, sin el respaldo de la comunidad. La estancia de las monjas entre las familias de El Pardo duró poco. A los cuatro días, los milicianos difundieron un bando en el que se decía que todas las casas que habían recibido a las monjas serían incendiadas, si las monjas permanecían en ellas. Por prudencia y no dudando que eran capaces de ejecutar sus ame– nazas, las religiosas agradecieron de corazón a las familias su gesto arries– gado de caridad cristiana con ellas, pero decidieron buscarse refugio en Madrid. 255

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