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"No olviden -siguió diciendo la Madre- que somos religiosas, almas consagradas al Señor. iSean fuertes! Si es preciso, demos la vida por El". Fueron las últimas palabras que la Madre Inés de San José como abadesa dirigió a su Comunidad y fueron los últimos momentos en que las religiosas estuvieron todas juntas. A continuación y sin perder la serenidad, la Madre abrió la puerta de la calle. El espectáculo que hirió la retina de las monjas no podía ser más sobrecogedor. Una masa compacta de mujeres y hombres, ellos y ellas armados con pistolas y fusiles, contemplaban a las religiosas con mi– radas torvas e insolentes, relampagueaba en sus ojos el odio, el deseo de revancha y destrucción. El que hacía de cabecilla de la manifestación ordenó a las monjas que salieran de dos en dos, camino de la plaza del pueblo. Los milicianos, milicianas y simpatizantes de sus ideas, formaron un pasillo por el que avanzaban las asustadas religiosas. Durante todo el trayecto, fueron ob– jeto de insultos, expresiones soeces y blasfemas, entre otras cosas les de– cían que se olvidaran del convento, porque les darían "el paseo". En la plaza fueron colocadas frente a la turba que les había acom– pañado con enorme barullo durante todo el trayecto. El "mandamás" de los milicianos aprovechó la ocasión para largar un discurso a base de los cuatro latiguillos con que catequizaban a las masas, dijo a voz en grito que las·monjas eran enemigas del pueblo, porque siempre estaban de parte de los ricos y explotadores de los trabajadores. Terminado el acto, las religiosas fueron llevadas, detenidas, al puesto de control que se había improvisado en el pueblo. Allí las tomaron de– claración en medio de carcajadas y expresiones barriobajeras de todo tipo. Afortunadamente para las monjas, algunas familias de El Pardo, die– ron muestras de una valentía digna de todo encomio y consiguieron de los milicianos poder recoger a las religiosas en sus casas. 254
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