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ligiosas. Por indicación también del capellán, la M. Inés advirtió a las re– ligiosas que tuvieran a punto las ropas de seglar. Por supuesto que el clima de nerviosismo y conjeturas entre las monjas, que sólo estaban en– teradas a medias, con la orden recibida se acrecentó entre ellas la angustia y el nerviosismo. El mismo día 20 por la tarde, amigos del monasterio vieron a varios milicianos merodear en torno al monasterio y pusieron a las religiosas en sobreaviso. Golpes y gritos en la puerta. El día 21 de julio, será para siempre fecha histórica e inolvidable en los anales de la Historia del Monasterio de El Pardo. A las religiosas, protagonistas forzadas de la jornada, no es fácil que se les borrara de la memoria los trágicos acontecimientos en toda su vida. Las primeras horas del día discurrieron relativamente tranquilas, las monjas cumplieron con su horario acostumbrado, pero, a medida que avanzaba la mañana, iba concentrándose frente a la puerta del convento mucha gente y de catadura sospechosa. A las doce de la mañana se veía claramente que se trataba de una manifestación organizada. Sobre esa hora, las monjas oyen asustadas unos tremendos y conti– nuados golpes en la puerta de la calle, las sorprende, al mismo tiempo, un griterío ensordecedor y amenazante, pide: iQue salgan las monjas! La Madre dijo a las religiosas que se vistieran de seglares y bajaran a la portería. Cuando estaban ya todas reunidas, hay lágrimas, abrazos, mucha tensión y amargos presentimientos. Solamente la M. Inés parece serena y con perfecto dominio de sí, trata, en primer lugar, de tranquilizar a las religiosas y darles confianza, pero al mismo tiempo no les oculta lo grave del momento: "Hijas mías -les dice- ha llegado la hora de Dios". Pudo también decir la hora del Maligno, porque muy pronto se– rían víctimas de hombres y mujeres que en aquel momento encarnaban el mal, el odio y la violencia, pero prefirió decirlo en positivo "la hora de Dios," porque, en los momentos difíciles que ya tenían encima, al otro lado de la puerta del monasterio, habrían de demostrar los quilates de su amor y fidelidad al Señor. 253
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