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11. Días de persecución y martirio. El ritmo de la sociedad española en los años 31 al 36 del siglo pa– sado, como ya demostramos en otro lugar de este libro con cierta ampli– tud, era insostenible. No podía soportar la anarquía reinante, necesitaba una autoridad más fuerte que hiciera respetar, al menos, las leyes de la más elemental convivencia, el respeto y derechos de las personas. Los gobiernos de izquierdas, aún los relativamente aceptables desde una pers– pectiva democrática, se mostraron excesivamente débiles con los agita– dores. Esta debilidad favoreció los estallidos sociales cada vez más fuertes , más anárquicos y polarizados contra la Iglesia, las órdenes religiosas, y personas de bien. El triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero del 36, in– crementó el deterioro del orden público y, sobre todo el asesinato de Calvo Sotelo, hizo de detonante; dio al traste con la ya inexistente demo– cracia. Los militares se sublevaron en Canarias el 18 de julio. El 19 del mismo mes, Madrid vive un clima insoportable de nerviosismo e incerti– dumbre. Emisoras de radio, los periódicos, las noticias de los viajeros y los comentarios de la calle hablan del levantamiento del General Franco en Canarias, seguido por las plazas de Ceuta y Melilla y se dice que tam– bién en la península hay varios focos de insurrección. Las Concepcionistas de El Pardo iban conociendo los acontecimien– tos a lo largo del día 20 a través de las amistades del convento. Es posible que en un principio no se hicieran idea de la gravedad de la conmoción social, acaso pensaron que se trataba de una de tantas revueltas popula– res a las que estaban ya acostumbrados los madrileños y, como El Pardo estaba apartado de la Capital, no llegaría la marejada hasta su monaste– rio. En caso de que se vieran obligadas a salir, por precaución, confiaban en algunas familias del pueblo que estaban dispuestas a recogerlas. Parece que el capellán mejor informado, sí sospechó que, esta vez, las cosas eran muy distintas a las anteriores revueltas callejeras. Pidió a su hermana, que buscara en Madrid familias dispuestas a recibir a las re- 252

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