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Los que ayudaban a Sor María del Carmen eran tres jornaleros de muy poca cultura y además religiosamente abandonados. Según reco– nocieron ellos mismos en sus conversaciones con Sor Mª del Carmen, hacía treinta años que alguno de ellos no se confesaba ni recibía la Sa– grada Comunión. Sor María del Carmen les trataba con mucho respeto, delicadeza y cariño, cosa que fue haciendo mella en aquellos corazones de costumbres un tanto rudas, pero nobles. El contacto con la religiosa hizo que, de ma– nera casi insensible fueran evitando las blasfemias y expresiones de mal gusto para no molestar a la religiosa. Al mismo tiempo, empezaron a sen– tir por ella cierto cariño no exento de confianza, y también de agradeci– miento, por las ayudas materiales que recibían aparte de sus sueldos mensuales. Uno de los años, en los días próximos a la Pascua de Resurrección, en una de las conversaciones distendidas con sus ayudantes, a Sor María del Carmen se le ocurrió decirles: "Qué alegría me daríais y qué feliz sería en el día de Pascua, en que todos los hombres buenos se confiesan y comulgan, si viera que vosotros también confesáis y recibís al Señor". Los obreros no respondieron, pero las palabras de la religiosa sem– braron en sus conciencias cierto hormiguillo. El Señor se valió de Sor Mª del Carmen para remover el fondo bueno pero abandonado de sus almas. Dos de ellos, después de pensárselo despacio, dijeron a Sor María del Carmen que estaban dispuestos a confesarse y comulgar el día de Pascua, al tercero le imponía mucho la regañina del cura. Al fin dijo a la monja que también lo haría, pero con una condición, que ella le buscara un cura que no riñera mucho. Sor María del Carmen, feliz por la buena respuesta de sus obreros, aceptó encantada servir de intermediaría, aunque no hacía falta, porque el capellán del monasterio era el P. Emilio de Madrid, un capuchino del Cristo de El Pardo, todo bondad. Para nuestra monja, aquella Pascua fue quizás la más feliz de su vida. Ella misma les preparó un poco en las oraciones que aprendieron de niños pero que estaban casi olvidadas, les recordó también el modo de confesarse. 250

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