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penitencia. En este punto solo podía detenerla la prudencia del confesor, eran muchas las mortificaciones a que sometía su cuerpo". En la práctica de la penitencia nuestra biografiada, perseguía dos objetivos importantes: Hacer del cuerpo un valioso instrumento de santidad. Sor Inés practicaba con sorprendente rigor la penitencia, en primer lugar para hacerse dueña de su voluntad, de sus sentimientos y de su cuerpo y así restaurar en su persona, la armonía entre el cuerpo y el alma rota por el pecado. Por experiencia sabía que determinadas inclinaciones -como el carácter fuerte o el deseo de imponer la propia voluntad- solo pueden dominarse con una gran fuerza de voluntad y continuo entrenamiento. Las compañeras fueron testigos, en algunas ocasiones, de la férrea disciplina que imponía a su sensibilidad en determinadas inclinaciones temperamentales. Ya vimos algunas muestras de este temperamento fuerte en el pueblo. En el convento supo educar este carácter fuerte como lo demuestra el testimonio de una de sus compañeras: "A veces, en nuestras conversaciones en tiempos de recre– ación se la llevaba la contraria. En otras ocasiones tuvo también que soportar que la tomasen el pelo. Un ligero rubor en el rostro manifestaba, justamente, la lucha interna que mantenía para dominar el temperamento, pero enseguida recuperaba la sere– nidad y la sonrisa, señales inconfundibles de que había resta– blecido en el alma la paz". A las religiosas llamaba también mucho la atención sus relaciones con las compañeras. "Consiguió -dice Sor Mª de los Dolores- com– portarse con las demás de una manera completamente ejem– plar, era de trato exquisitamente amable, humilde, se consideraba la última de todas, aceptaba a la primera, las su– gerencias de las demás y nunca intentó hacer prevalecer su opinión, elegía siempre los trabajos más difíciles o que nadie quería". Otra compañera nos facilita datos que , aunque más genera– les , confirman el completo dominio alcanzado por la M. Inés sobre su 238