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En la cuenta de la penitencia hay que poner también el cúmulo de mortificaciones que importa la vida ordinaria de las religiosas: su vestido, túnica de lana vasta que llevan inmediatamente aplicada al cuerpo y duermen con ella en un pobre jergón de paja, viven en monasterios sin calefacción o aire acondicionado, están sometidas toda la jornada al toque de la campana; por algo reza un aforismo religioso que la vida común es la máxima mortificación; austeridad en la comida según aconseja su Regla. "En el comer, dormir y demás cosas en benefi– cio del cuerpo, las religiosas satisfagan con discreción las ne– cesidades del cuerpo, pujara que se mantenga en vela y persevere constante en la oración, pero evitemos los alimentos superfluos que dañan, abotargan e impiden hacer las cosas con lucidez de espíritu". ( 46 ) Aparte de los ayunos, el vestido pobre y áspero, la dormida en duro camastro, la comida suficiente pero ajustada, las religiosas practican otras muchas mortificaciones como las disciplinas varias veces a la semana, comer de rodillas, postrarse a la puerta del comedor para que todas las religiosas pasen sobre ella, etc. ASor Inés no le bastaba este cúmulo de penitencias y mortificacio– nes. Añadía por su cuenta otras muchas, se mortificaba en la comida, a la pequeña porción que se apartaba, echaba unas veces ceniza, otras ajenjo u otras hierbas amargas para quitar a los alimentos todo gusto. Aparte de las disciplinas que se daban todas, ella a veces aplicaba direc– tamente a su cuerpo ortigas que previamente había mojado porque sabía por experiencia de su pueblo que mojadas producían mayor escozor. Las religiosas nos hablaban de otro cúmulo de mortificaciones con las que se ingeniaba para mortificar su cuerpo: estar postrada durante mucho tiempo sobre una tabla en forma de cruz, calentar un punzón y cuando estaba incandescente aplicárselo al cuerpo. A veces su espíritu de peni– tencia le llevaba a practicar mortificaciones que podían ser nocivas para su salud, como esta última que hemos citado. En estos casos la sinceridad y la obediencia filial y pronta al confesor le ponía al abrigo de exagera– ciones. Del P. Emilio, capuchino, confesor de las Concepcionistas de El Pardo y moderador de las penitencias heroicas de Sor Inés son estas pa– labras laudatorias pronunciadas el día del traslado de sus cuerpos al con– vento, después del martirio: "practicó -dijo- en sumo grado la 237
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