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Cuando en la mañana del quince de octubre, se dio la señal de levan– tarse e Inés abrió la ventana de su celda se encontró ante un paisaje pare– cido al de su pueblo y que le era familiar, campo abierto, sólo que el mar de robles de su pueblo eran aquí encinas, pudo respirar el mismo aire puro, pero más tibio que el de Avedillo y llenar sus ojos de luz. Hoy ya no podría respirar este ambiente, El Pardo ha sufrido una deforestación implacable y el monasterio está rodeado por una urbanización, pero entonces el monte llegaba hasta la cerca del Monasterio y podían verse rebaños de corzos o de jabalíes pastando en los descampados del coto real. El hambre de Dios y su disciplinada y fuerte voluntad, lograron do– minar los recuerdos nostálgicos del pueblo y de su familia, inevitables en los primeros días y se acostumbró con relativa rapidez al régimen de vida conventual. Todo ello hizo que Inés empezara a disfrutar de las mieles de la paz, de las relaciones entrañables con las compañeras y de las horas de intimidad con Dios en la oración. En la preocupación y esfuerzo por familiarizarse con el régimen, los usos y costumbres del convento se le pasaron rápidos a Inés los seis meses primeros que en lenguaje conventual se llaman "postmaulando". En una íntima y preciosa Eucaristía llena de simbolismo celebrada el 16 de abril de 1909, Inés cambió su atuendo seglar por el hábito religioso y su nombre en adelante será Sor Inés de San José; desde aquel día co– menzó para ella el año oficial de entrenamiento o prueba, en terminología religiosa "noviciado". Si después de esta "prueba" que duraría un año, ob– tenía el voto favorable de las religiosas, se incorporaría a la comunidad por tres años con todos los derechos y obligaciones de las religiosas. En los días del Noviciado, Inés trabajó a fondo, no tanto en conse– guir una completa familiaridad con los usos y costumbres del monasterio como en vestir el alma de las virtudes fundamentales de la verdadera re– ligiosa concepcionista. Aprovechaba el tiempo con santa avaricia, las re– ligiosas eran testigos de su trabajo y de sus logros. Cuando llegó el momento en que las religiosas de votos solemnes debían pronunciarse sobre la aptitud de Inés para incorporarse a la comunidad, nadie abrigaba duda razonable de que reunía las cualidades requeridas y obtuvo una votación positiva unánime. 232
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