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En su situación de incertidumbre se le ocurrió tratar su problema con el sacerdote del pueblo vecino llamado D. José Mª San Román. Este se prestó gustoso para orientar a Inés y facilitarla los medios que le per– mitieran ponerse en contacto con las religiosas. Sólo así se comprende que, habiendo varios monasterios de religiosas concepcionistas en Madrid capital, Inés llamara a las puertas de las de El Pardo. Hubo alguna reticencia en los padres de Inés por las razones que suelen invocarse siempre en una casa labradora, era la mayor de las hijas y el brazo derecho de su madre que debía compaginar sus laboras de ama de casa con trabajos en el campo. Al final los padres de Inés dieron su conformidad y se fijó el ingreso, de acuerdo con la abadesa de las re– ligiosas concepcionistas de El Pardo, para el 14 de octubre de 1908. Ese día, muy de mañana, el "tío" Ángel preparó la burra, colocó en ella a Inés y el pequeño ajuar que esta llevaba a las monjas. En Puebla de Sanabria subieron al tren con dirección a Madrid y a las seis de la tarde hacían sonar la campanilla del torno del convento concepcionista de El Pardo. Una voz dulce y acogedora, contesto ''Ave María Purísima". Como eran ya esperados, se les invitó a pasar al recibidor, donde les esperaba la Madre Abadesa y la comunidad en pleno. Era el primer encuentro, no exento de nerviosismo, de Inés con las que serían sus hermanas y com– pañeras de trabajos e ilusiones místicas. Después de un breve cambio de impresiones, padre e hija se fundieron en un fuerte abrazo, mezclado con algunas lágrimas, e Inés penetró en clausura. Aprendiendo a ser monja. En la breve reseña histórico-geográ– fica, hecha al principio de este apartado ya decíamos que el monasterio, entonces, se levantaba en pleno monte de El Pardo, en medio de un mar de encinas y jaras. Próximo a él se deslizaba calladamente el Manzanares, en aquellos tiempos más caudaloso y limpio que rompía la monotonía del color gris de las encinas del "Sitio Real" con el verde claro de sus hi– leras de chopos. 231