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especial, desde los once o doce años hasta los diecinueve . El Espíritu Santo, de forma misteriosa y en la intimidad de su corazón adolescente, depositó el germen de la vocación y fue despertando en ella gustos y pre– ferencias por los caminos de una total entrega al Señor. Esta labor callada pero continua del Espíritu Santo, hace, entre otras cosas, que una joven o un joven, sin grandes ayudas ni directrices espi– rituales externas, con una vida intensa de piedad y la respuesta dócil a las inspiraciones que recibe desde el fondo de su alma, descubra progre– sivamente, y de forma cada vez más clara, la voluntad de Dios sobre su vida e intuya que su sitio en la vida es el convento o el seminario. Desde este misterioso y sobrenatural origen de la vocación religiosa, respaldado por los principios elementales de la teología espiritual, se ve cuán injusto y erróneo es el criterio de los que, por principio, dudan de las vocaciones femeninas o para el seminario salidas de las zonas rurales. Piensan que hay que buscar siempre el origen de tales vocaciones en cir– cunstancias humanas o sociales, como la mala situación económica de la familia numerosa, aspiraciones a prosperar en la vida y en otros casos, tratándose de chicas, acaso simples decepciones amorosas. Razones tan simplistas reflejan, en primer lugar, un desconocimiento lamentable del carácter sobrenatural de la vocación que acabamos de describir y se niega al Espíritu Santo, una de las presencias más entraña– bles y eficaces en el desarrollo y evolución de la vida de fe en los hombres y las mujeres. Estos orígenes verdaderos y sobrenaturales de la vocación no se oponen a que haya casos en que determinados candidatos o candidatas, llamen a las puertas de un monasterio o seminario sin haber hecho per– sonalmente un verdadero discernimiento de su vocación y se dan la vo– cación a sí mismos. Estos arrastrarán siempre la insatisfacción de ser como huesos fuera de su sitio. A los dieciocho años Inés está completamente persuadida de que el Señor la quiere totalmente para sí; por eso, el ambiente del pueblo le re– sulta cada vez más vacío y tiene la sensación de que está perdiendo el tiempo, pero desconoce los pasos que debe dar y a quien dirigirse. 230
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