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Esta cena quedaría para siempre en los Anales de las Concepcionistas como una de sus páginas más importantes, inolvidables y gloriosas. Transcurridas algunas horas de sobremesa, las religiosas visitantes creyeron llegada la hora oportuna de despedirse. Si de día era peligroso andar por la calle, entrada la noche los peligros se multiplicarían. Las mismas religiosas "en capilla" comprendieron que el riesgo se acrecen– taba permaneciendo más tiempo juntas. Se despidieron con un fuerte abrazo y con el compromiso de repetir el encuentro en la primera oportunidad. "Todas, sin embargo -lo co– mentaba una de las supervivientes- nos despedimos con un secreto presentimiento, de que ese nuevo encuentro no se celebraría, ni en Manuel Silvela, ni en lugar alguno de la tierra, el nuevo encuentro sería en el cielo". Los coches a la puerta. Breves momentos después de marcharse las religiosas visitantes -un cuarto de hora dijeron los porteros, testigos presenciales- las Concepcionistas en prisión, percibieron el ruido de un coche, cosa que les llamó la atención porque a esas horas, en noviembre, ya obscurecido y en la calle Manuel Silvela era inexistente la circulación. Creció su alarma, cuando comprobaron que se había parado frente a la casa donde estaba su piso, con un frenazo seco y estridente. Luego oyeron el ruido del ascensor y el pisar recio de un grupo de hombres frente a su puerta, por último la fuerte llamada de Lina mano nerviosa e imperativa. No había duda alguna de que ahora sí venían por ellas. Como movidas por un resorte dejaron de escuchar los ruidos de fuera y se reunieron y apretaron, sobresaltadas, en torno a la Madre. Ante el momento tantas veces esperado y temido, la Madre Carmen, dueña de sí misma, pero visiblemente afectada, habló a sus religiosas con mucha ternura y claridad: "Hijas mías, ha llegado la hora de dar testimo– nio de que somos almas consagradas, confiemos en la ayuda del Señor que no nos faltará", y acompañada de dos religiosas abrió la puerta. La escena que se desarrolló a continuación, merecía haberse grabado. Las monjas se toparon con un grupo de milicianos de mirada siniestra. Al 199

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