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Como sabían que sus hermanas no estarían sobradas de provisio– nes, las hermanas visitantes tuvieron la buena idea de proveerse de al– gunos alimentos más necesarios y de fácil conservación. La comida discurrió en un ambiente envidiable de familia. Predominó en la conver– sación el deseo de volver al convento, superada la peligrosa ola de per– secución, en cuya cresta vivían aquellos días, para ser cada vez más santas, mejores concepcionistas. Todas, las que se sentían entre las garras del espíritu del mal y las que estaban de momento al abrigo del mismo, habían acumulado, en los cuatro meses, fuera del convento, muchas experiencias útiles para vivir su vida de consagradas con más realismo, sin olvido y distanciamiento de los que patean las calles, mientras ellas, viven en el silencio, la ala– banza y la intimidad contemplativa del Señor. La sociedad española -ellas lo estaban experimentando en propia piel- estaba necesitada de muchas almas santas, de muchos hombres y mujeres de oración y espíritu de sacrificio, para desagraviar al cielo por el aluvión de pecados personales y sociales que en aquellos días se co– metían en España. Y nuestras Concepcionistas querían estar en primera fila de ese ejército de intercesores. Todas realizarían esta misión a favor de los hombres, sus hermanos pero de modos muy distintos; algunas - las visitantes- podrían hacerlo desde el retiro y quietud de su monasterio una vez finalizada la contienda bélica; las otras, seleccionadas ya por el Señor, desempeñarían esa función reconciliadora desde su nuevo estado de bienaventuradas. Aquel día y aquellas horas, fraternalmente vividas en torno a la mesa donde tomaron su frugal comida, fue la última comida de Comunidad. No hay que hacer trabajar mucho a la imaginación para descubrir las profundas semejanzas de esta comida de las religiosas concepcionistas con la Última Cena del Señor. Fue también comida de despedida e inmediata a la hora del Sacrificio. Hasta en lo que sucede inmediatamente después hay mucho parecido. Jesús es apresado por los enemigos protegidos por las tinieblas de la noche; nuestras Concepcionistas, como veremos, reciben ese mismo día y casi de noche, el zarpazo de sus asesinos. 198

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