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Cierto que su sensibilidad femenina, a flor de piel, se comportaría a veces con absoluta independencia de la voluntad y del espíritu. Ten– drían momentos en que se sentirían victimas de decaimiento o estados de nerviosismo difícilmente controlables, pero tales crisis eran breves y esporádicas, porque muy pronto recuperaban el gobierno de sí mismas, con la ayuda del Espíritu Santo que, en esas situaciones límite, se hacía sentir de manera más sensible para ayudarlas a abandonarse confiada– mente en la bondadosa y paternal providencia del Señor. En páginas anteriores resaltábamos las semejanzas entre las comuni– dades clandestina de sacerdotes, religiosos y de seglares cristianos en Madrid, victimas de la persecución religiosa, con los grupos perseguidos de los pri– meros cristianos por los emperadores. Pero no resaltamos un dato intere– sante, en los primeros cristianos, había siempre en las catacumbas una persona con una misión clave, para mantener la moral del grupo, era el sa– cerdote. Con la celebración de la Eucaristía y su palabra llena de fe y calor, mantenía a los cristianos unidos a la persona de Jesucristo, aquellos cristianos cuya perseverancia estaba también sometida a muy duras pruebas. En nuestro caso y para las Concepcionistas Franciscanas de San José, esa persona clave fue la Madre Carmen. Ya insinuamos en el mo– mento de trazar su perfil biográfico, la presencia e influjo del Espíritu. Santo en su elección para Abadesa, en 1935, era la religiosa con temple humano y espiritual más indicado para regir los destinos de la Comuni– dad en tiempos difíciles. Ahora sometidas a la máxima tensión o nervio– sismo, después de un enésimo registro o cuando las religiosas eran víctimas de las palabras amenazantes y soeces de los milicianos, M. Car– men las reunía, y con una gran ternura maternal, trataba de contagiarlas de su temple y serenidad de alma de Dios, en tono sumamente persua– sivo sostenía los ánimos hablándolas del gran valor expiatorio de los su– frimientos que estaban soportando por los muchos pecados que entonces se cometían en España, recordaba también que las amarguras y padeci– mientos de aquellos días pronto se convertirían en existencia inacabable– mente feliz contemplando el rostro de Dios. Las religiosas fuertemente trabajadas por las circunstancias excep– cionales que soportaban, recibían sus palabras, como salidas de los mis– mos labios del Señor y con impresionante docilidad y desde lo más íntimo 196

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