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sima vez las habían avisado, ya por la mañana, que estuvieran preparadas porque ese día se las llevarían''. Cuando abrió la superiora la puerta y vio a mi madre, se asustó y toda nerviosa le dijo: "Pero, lDónde viene V. si estamos esperando a los milicianos? Y todas las religiosas se apenaron mucho por si le pasaba algo. Pero afortunadamente pudo estar unos momentos con ellas. Me dijo que las encontró muy des– mejoradas. Pero el caso es que según me enteré por otra reli– giosa, ese día no se presentaron los milicianos". Y termina Sor Concepción el informe con estas palabras: "Y así un día y otro día, hasta el ocho de noviembre, esperando la muerte cada día y sin que nadie pudiese echarles una mano por– que estaban vigiladas día y noche". <37 > No estaríamos en lo cierto, si nos imagináramos el estado de ánimo de las religiosas, como el de mujeres desesperadas, luchando im– potentes para librarse de la ratonera en que los milicianos habían con– vertido el piso. Estas "situaciones límite" en la vida, cuando todas las puertas hu– manas se cierran y el futuro sólo ofrece sufrimientos y amarguras atroces, prueban los quilates humanos también pero, sobre todo, la fe de las per– sonas, la capacidad de mantener la confianza en la omnipotente provi– dencia del Señor. Días antes de abandonar definitivamente el convento y en momen– tos en que la Comunidad vivía ya nerviosa avocada a un futuro inseguro, el capellán había preguntado a las religiosas, en el recibidor: "lEstáis dispuestas a dar la vida por Dios y por vuestra vocación de con– sagradas, en caso de que el Señor os lo pida?" Todas, con voz firme y unánimes respondieron que sí. Su comportamiento ahora que van a encontrarse con la muerte vio– lenta, precisamente por ser religiosas no desmerecerá de la palabra dada. 195

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