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Es muy difícil hacernos una idea de la magnitud del sufrimiento so– portado en aquellos días por las religiosas y con la incertidumbre del tiempo que aquella situación podía prolongarse. Cuando se despertaban por la mañana, si es que dormían algo, estaban más cansadas que en el momento de acostarse en el duro suelo, carecían de los medios más ele– mentales e indispensables para asearse razonablemente, vestían unas ropas que sólo podían lavar de tarde en tarde y mal: iellas tan exigentes siempre con la limpieza en todas sus cosas! Sus estómagos clamarían por un alimento que no tenían y durante la jornada a vivir la monotonía an– gustiosa de siempre, con la tensión de que en cualquier momento podían recibir orden de partir con destino desconocido, pero nada tranquilizador. Para incrementar las fuentes del sufrimiento, los milicianos entraban con frecuencia en el piso para comunicarles que estuvieran preparadas porque en ese día se las llevarían. Con refinado sadismo recibían esta comunicación hacía la caída de la tarde, para que las religiosas pasaran toda la noche en vilo, nerviosas y sin dormir pendientes del toque fatí– dico a la puerta. El grado de deterioro físico que ocasionó a las religiosas este ré– gimen de hambre y sufrimientos morales fue espantoso. Sabemos algo del aspecto que ofrecían las religiosas por datos que nos ha facilitado Sor Mª Concepción Martínez, cuya madre visitó a la Comunidad en aquellos últimos días. "Mi madre -nos cuenta la hija- tuvo que venir a Madrid a vi– sitar a una hermana mía enferma, ingresada en el Hospital de la Orden Tercera de San Francisco, exactamente el día de Todos los Santos, siete días antes de que las religiosas fueran llevadas del piso por los milicianos. Yo la rogué que no se viniera sin vi– sitar a las Madres en el piso donde las dejé Manuel Silvela, 19. Ella así lo hizo, acompañada de un miliciano conocido del pue– blo, que se quedó en el portal mientras ella subió a visitar a las religiosas. Mi madre vino profundamente impresionada del aspecto lastimoso que ofrecían las religiosas y lo que ocurrió en aque– llos momentos. Estaban esperando a los milicianos que por ené- 194

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