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El Cerco de la muerte. Desde que las dos religiosas se incorporaron a la Comunidad, comenzó para ellas la última y más dura etapa previa al martirio. Los milicianos no volvieron a recordar sus planes de llevarlas al Frente, tampoco preguntaron a la Madre si se habían reintegrado al piso las jóvenes que iba a llamar, en cambio montaron guardia permanente en la puerta de las religiosas, hicieron más difíciles las visitas y la estancia en el piso empezó a ser para las religiosas más insoportable y asfixiante. En los meses de agosto y septiembre, la comunidad gozó de relativa tranquilidad, algún inquilino las había ya denunciado, estaban por tanto localizadas por los milicianos, pero estos no las molestaban excesiva– mente . En lo económico, vivían con menos que lo justo porque sus re– cursos eran bastante escasos, pero como el piso no estaba permanentemente vigilado, personas amigas les proporcionaban algunas ayudas que, unidas a su gran sentido de la administración y espíritu de sacrificio, les permitían ir tirando. La vuelta de tuerca restrictiva a la libertad de las religiosas coincide, como siempre, con una situación poco afortunada de los rojos en los frentes . Los de la retaguardia frente populista estaban despechados con una gran carga de rabia y de miedo porque las tropas de Franco estaban ya en los arrabales de la capital, por eso como desquite intensificaron los asesinatos masivos de religiosos, sacerdotes, y personas de orden, pre– viamente hacinados en las cárceles y checas. Contagiados por este clima general de represalia, los milicianos planearon ya en serio el exterminio de las religiosas, por eso pusieron cada vez más trabas a las visitas y co– municación con el exterior. Sabemos, por Sor María del Sagrario que, en los veinte días que permaneció con la comunidad, los alimentos que tomaban apenas bas– taban para subsistir, consistían en un poco de arroz condimentado con sal. Como cosa extraordinaria, algunas veces y superando enormes difi– cultades, su hermana lograba pasarles algo de pescado en conserva. Para apurar más el sufrimiento -esta noticia se la debemos a Sor Corazón de María- con frecuencia, en el momento en que estaban to– mando esa insuficiente refección, llamaban a la puerta los milicianos por temor a ser descubiertas, arrojaban la comida al servicio y ese día per– manecían en ayunas. 193

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