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La situación cambió para mal, en la primera quincena de octubre. Las tropas del General Franco estaban ya próximas a Madrid, en pocos días se habían hecho dueñas de poblaciones importantes que no ofre– cieron apenas resistencia, porque el ejército republicano retrocedía en abierta desbandada. En Madrid, sobre todo en los enrolados en el Frente Popular, cundió el nerviosismo, el miedo, la rabia y el deseo de venganza. Sabemos también por muchas reacciones anteriores, que los milicianos saciaban su sed de desquite en las personas indefensas de sacerdotes, re– ligiosas y presos. Uno de aquellos días, se presentaron en el piso habitado por las monjas en Francisco Silvela, un grupo de milicianos, hicieron un registro rutinario del piso y el que hacía las veces de responsable, con modales en apariencia suaves y dando la impresión de naturalidad, dijo a la Madre que pensaban llevarles al frente de enfermeras. En un gesto humanamente muy difícil de comprender como ya di– jimos -quizás obsesionada por sacar a sus religiosas de aquel infierno y ser útiles a la sociedad- la Madre no reparó en la coartada que le tendían y respondió al miliciano: "No tenemos inconveniente en prestar ese servicio huma– nitario, pero las religiosas que hay en el piso son casi todas en– fermas o ancianas, puedo llamar a algunas jóvenes que no están con la Comunidad:" El miliciano mostró a la primera su conformidad y con toda seguridad, en el fondo, se regodearía de lo bien que le había resultado la coartada. Si se tiene en cuenta cómo se las gastaban los milicianos, fácilmente pudo sospechar la Madre que podía ser una añagaza para atrapar más religiosas en el piso. Había también poderosas razones para no admitir el compromiso de enviar a sus religiosas a los frentes de la zona roja. Era público la corrupción y desgarramiento moral que se vivía en los frentes de las Izquierdas. Hubo chicas, hasta de familias decentes y religiosas, que con la mejor voluntad aceptaron prestar servicios humanitarios en la zona roja como enfermeras y se vieron obligadas a regresar a los pocos días a sus casas cuando se pusieron en contacto con el ambiente de in– moralidad en que vivían sumidos los milicianos y las milicianas. 191
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