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Las dos religiosas entraron en el piso sin que nadie lo advirtiera, a pesar de que había vecinos de cuidado. Durante su estancia allí tra– taron de ajustar su vida, en lo posible, a la del convento. Rezaban todos los días el Oficio Divino, la coronilla seráfica y tenían también los ratos de oración reglamentarios: "Sentíamos -dice- tin gran vacío en la vida espiritual; porque no podían participar en la Eucaristía, ni tampoco recibir al Señor, pan de los fuertes, en aquellas cir– cunstancias en que precisamente más lo necesitábamos". Los primeros días pensaron que aquel estado de cosas duraría poco. Pero cuando vieron que se iba prolongando, después de hacer sus prácticas de piedad, ayudaban a la hermana de Sor María del Sagrario en las labores de la casa. Luego se retiraban a la habitación para evitar asistir a las visitas. Y, ¿en qué empleaban tantas horas medio escondidas? Si hubieran sido personas frívolas, sin una base o preocupación religiosa, hubieran dedicado el tiempo a lamentarse de su situación o a otras conversaciones insustanciales. En cambio, nuestras dos religiosas supieron emplearlas a pleno rendimiento espiritual. "Nuestra conversaciones producían en el espíritu el mismo efecto que si estuviésemos en oración y no se apartaba de mi mente el consuelo de haber vivido tan íntimamente unida a una santa". A pesar de estar relativamente más protegidas, las religiosas que se refugiaron en casas particulares tuvieron también sustos y situacio– nes delicadas. En el mes de agosto de 1936 se respiraba en Madrid un clima social aterrador. Coincide con la campaña de los ejércitos de Franco en Extre– madura y Toledo; después de liberar el Alcázar, ocuparon numerosas po– blaciones y avanzaban imparables hacia Madrid. Esta circunstancia hizo que el clima de miedo, de rabia y espíritu de revancha se incrementara en la capital, con mayor número de asesinatos indiscriminados. Las pri– meras horas de la madrugada aparecían centenares de cadáveres por todas partes, consecuencia de los famosos paseos del amanecer. 187