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La estancia en Francisco Silvela fue pródiga en sustos. El más te– rrorífico ocurrió en los primeros días de la estancia fuera del convento, concretamente el día 21 de julio, los milicianos provocaron un horrísono tiroteo contra la casa donde se alojaba las monjas. Los demás vecinos se refugiaron en el ascensor, pero ellas, como no podían salir para no ser descubiertas, aguantaron en las habitaciones. En lo más recio de la mortífera granizada, todas pensaron que había lle– gado su última hora y espontáneamente se juntaron en torno a la Madre. Esta cogió la "Remendadita" -un cuadro milagroso, de la Virgen de los Dolores, de mucha veneración en la Comunidad- y, en presencia de la Virgen, las religiosas se pidieron mutuamente perdón. Pensando que los milicianos forzarían la puerta y entrarían de un momento a otro y se produciría la dispersión, la M. Carmen, de pie, y las religiosas arrodilladas a su alrededor, con voz entrecortada por la emoción y el cariño maternal, sosteniendo en sus manos el cuadro de la Virgen les decía: "iHijas mías! que nuestra Madre la Virgen "Remenda– dita" nos ayude a permanecer fieles a nuestro ser de religiosas y a los sagrados compromisos que nos unen al Señor. Recemos siempre unas por otras". < 34 > En medio del estampido atronador de los disparos, se produjo un incidente que refleja con tremendo realismo lo dramático del momento. Una de las religiosas sufrió un shock nervioso y rompió a llorar mientras decía, a gritos: "no estoy preparada para morir". Sor María Beatriz, en un gesto de gran cariño fraterno, abrazó fuerte y tiernamente a la religiosa, mientras la decía para darla ánimos y destruir sus temores: "Pero criatura, iqué temes?, ino sabes que el marti– rio es un nuevo Bautismo?" En los designios de Dios, aún no había sonado la hora para el holo– causto de las Concepcionistas. Debían agotar antes, como tendremos ocasión de comprobar, muchas horas de sufrimiento y de intensa amargura. 185
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