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"Durante los cinco o seis primeros días que estuvimos en el piso de Manuel Silvela, antes de que se produjera la disper– sión y acogida en las casas particulares, solía salir por la noche al balcón con Sor Mª Beatriz, no teníamos peligro de ser vistas, porque estábamos protegidas por los visillos. En aquellas horas de silencio, prensado nuestro corazón por las fuertes emociones a que estábamos sometidas y la pa– vorosa incertidumbre de nuestro futuro, dedicábamos muchos ratos a sabrosas confidencias, nuestra confianza mutua era grande y por eso nos comunicábamos con libertad fraterna las mutuas preocupaciones y aspiraciones espirituales. Afloraba siempre en nuestras conversaciones lo agradeci– das que debíamos estar al Señor por el beneficio maravilloso de la vocación. Las dos reconocíamos que hasta entonces no habíamos sido lo suficientemente generosas con el Señor. Y siempre terminábamos aquellos momentos de intimidad, espon– tánea con expresiones parecidas a estas iDios mío!, isi volve– mos al convento, como vamos a ser!" Resulta impresionante y hasta sobrecogedor, para nosotros que nos movemos siempre casi a ras del suelo, vislumbrar, siquiera las al– turas sobrenaturales en que se desarrollaban estas confidencias de unas monjitas que se encuentran casi en capilla para ser ofrecidas en holocausto total. Con toda seguridad, nosotros en circunstancias parecidas, nuestras conversaciones habrías sido lamentos por nuestra situación desesperada, por eso resultan admirables las confidencias de aquellas religiosas jóvenes casi aplastadas por los acontecimientos y un futuro tan negro como el cielo que en aquellos momentos envolvía a Madrid completamente a oscuras. Así son los santos. Viven en una cercanía de Dios y les mueve los vientos de una generosidad inimaginable para nosotros. Por eso, los pro– blemas humanos, aún los que afectan a la propia existencia, tienen para ellas contornos mucho más reducidos. 184
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