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Esta circunstancia de última hora es también la explica– ción inmediata del desenlace hacia la guerra civil. No digo que el golpe militar, la rebelión, fuera inevitable, pero sí, al menos, comprensible. Sobre todo después del asesinato de Calvo Sotelo -la mayor torpeza de la Izquierda- ya no se podía hacer nada para evitar la guerra. Aunque hay que reconocer -en esto están de acuerdo todos los historiadores– que el Gobierno cuando intentó dialogar con los militares era ya demasiado tarde". ( 36 > No interesa, para los objetivos que persigue este trabajo, seguir los pasos y reacciones impotentes del Gobierno para dominar la sublevación del Ejército levantado en armas. Son más importantes, para nuestro pro– pósito las reacciones y movimientos en las calles, de los partidos y cen– trales sindicales del Frente Popular, el ambiente de miedo, crispación y rabia provocados por el levantamiento de los militares. En la tarde del día 18 de julio del 36, las calles principales de Ma– drid son hervideros de revolucionarios que se pasan toda la noche gri– tando: iAbajo los traidores! , iArmas al pueblo!. El 19, con la total certeza de que los militares se han sublevado en África y les secundan otras muchas guarniciones de la Península, las calles de Madrid y de otras poblaciones principales están permanentemente tomadas por los revolucionarios que abogan por la acción directa. Primero convocaron huelga general desde el 19 hasta el 24 de julio, y exigieron que el Go– bierno les entregaran armas, el presidente Casares Quiroga no se las concedió, pero ese día, por la noche, presentó la dimisión, le sucede el Sr. Gira! y este accede al deseo de las masas. Una vez que las fuerzas del Frente Popular se ven armados, se inicia una pavorosa escalada de violencia. Por todas partes hay grupos de milicianos armados que, de forma indiscriminada, detienen, cachean y piden la documentación, y al que no puede mostrar un documento de pertenecer a algún partido de izquierdas, en ocasiones se le detiene y, en otras sin más requisitos, se le fusila en las afueras de la ciudad, que aparecen al día siguiente sembradas de cadáveres. La Comunidad de religiosas Concepcionistas de San José no cono– cen la magnitud de la conmoción social y política que sacude España 178

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