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Pero esas circunstancias, u otras similares, no se dieron en nuestras mártires. Eran religiosas contemplativas, no lucharon en el frente, ni es– taban afiliadas a partido político alguno, ni mostraron nunca en público simpatía hacia los partidos contrarios a los agresores. Como ciudadanas españolas, fueron mujeres de paz, nunca hicieron nada para alterar la ar– moniosa convivencia de los españoles: en cambio sí trabajaron eficaz– mente por la paz y la reconciliación, con la plegaria, el espíritu de sacrificio y el amor fraterno en el retiro de sus monasterios. Tampoco puede negarse, en absoluto, que, como personas amantes de la paz, no estaban de acuerdo, ni aprobaban, las salvajadas y la labor desintegradora de la sociedad que hacían sus perseguidores. Pero si para ser mártires hubiera que excluir absolutamente toda posibilidad de mo– tivo político, aún los más remotos, habría que negar también el título de mártires a los cristianos sacrificados por los emperadores romanos. Tam– bién estos perseguían a los cristianos, como enemigos del Imperio Ro– mano, por ser contrarios a la esclavitud, al culto del emperador y otras costumbres contrarias al Evangelio. Tiene aún menos consistencia la actitud de los que están en contra de las canonizaciones o biografías de las víctimas de la Persecución Reli– giosa de 1934 al 36, porque con ellas -dicen- se vuelven a abrir heridas en la sociedad, se "demoniza" a todo el bando contrario, donde se dieron también comportamientos ejemplares y se exonera de culpa, una pos– guerra donde el régimen del general Franco practicó una represión mu– chas veces injusta y cruel. Por nuestra parte contestamos que se debe olvidar las ofensas, el mal recibido pero la ejemplaridad de la santidad, el testimonio heroico de los creyentes, el amor que perdona en el momento de la muerte, son valores extraordinarios que a nadie debe estar permitido ocultar. Estos últimos que se podrían etiquetar partidarios de la paz "a cual– quier precio" desconocen, lamentablemente, el espíritu trascendente en el hacer de la Iglesia y sus verdaderas intenciones cuando eleva a los mártires al honor de los altares. 16