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Las religiosas volvieron a su monasterio el 30 de junio. Pero en ade– lante, hasta julio del 1936, cuando lo abandonaron definitivamente, no volvieron a disfrutar de la paz que antes habían tenido, y que les permitía vivir exclusivamente para su entrega Dios, sin preocuparse de lo que ocu– rría en el Parlamento o en la calle. Ahora vivían en una sociedad española gobernada por un parla– mento con mayoría absoluta de las izquierdas. En las elecciones de Junio se impusieron a unos monárquicos y conservadores que no se habían re– hecho del batacazo sufrido en las elecciones de febrero, por tanto, al menos durante tres años, serían dueños de los destinos de España los re– presentantes de los movimientos revolucionarios que desde mediados del siglo XIX venían acumulando odio y espíritu de revancha contra la clase conservadora, especialmente contra la Iglesia. Ahora, llegados al poder, no respetaban derechos fundamentales de la personas o de las institucio– nes, ni les importaba la imparcialidad en las leyes o tomar decisiones efi– caces que ayudaran a la sociedad española a remontar sus muchos y delicados problemas. Arrastrados sólo por su espíritu sectario, presentaban a la aprobación del Parlamente leyes con las que pudieran destruir la influencia social de la Iglesia e implantar un laicismo beligerante por el que debían regirse todos los españoles. Para demostrar cuanto acabamos de afirmar basta citar el art. 26 de la Nueva Constitución sometida a la aprobación de la Cámara: "El Estado es aconfesional, se propone por tanto la disolu– ción de todas las órdenes y congregaciones religiosas, naciona– lización de todos sus bienes y la retirada de toda subvención a la Iglesia". ( 3 Z). El ala moderada del Parlamento votó lógicamente en contra, pero como estaba en abierta minoría, se hubiera aprobado el proyecto de ley de marras. Fue aparcado por el grupo de Acción Republicana liderado por Azaña, no por deseo de echar un capote a la Iglesia o a los religiosos, simplemente porque así convenía para su política. Al final la disolución de todas las órdenes y congregaciones religiosas, quedó reducida ala su– presión de la Compañía de Jesús, pero quedó en evidencia, la antipatía visceral de la nueva República por la Iglesia y las órdenes religiosas. A lo 171
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