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niveles peligrosos, dado lo explosivo del día, podía temerse cualquier cosa, por eso el capellán de las religiosas, también presente, avisó a un cuartelillo próximo, se presentaron algunos números de la fuerza pública y dispersaron a la turba, sin que hubiera que lamentar inciden– tes desagradables. El grueso de las religiosas jóvenes y mayores con salud fueron las últimas en abandonar el convento, como los guardias de asalto habían dispersado los concentrados en torno a la puerta del monasterio, salieron con toda normalidad. Quizás facilitó la ausencia de incidentes el hecho de que algunas señoras, que se habían comprometido a recibir a las re– ligiosas, estaban esperándolas a la puerta y nada más salir, sin dar tiempo para saludos ni despedidas, se las llevaron a sus casas. La Abadesa y Sor Mª Beatriz afrontaron un segundo momento de cierta tensión cuando instalaban a Sor Asunción en el piso, observaron, con sorpresa, que, delante de la puerta, se había congregado gran nú– mero de curiosos. A un policía que pasaba por allí le llamó la atención y subió al piso en que se había instalado a la enferma. Preguntó por lo que sucedía. La dueña, gran bienhechora de las monjas, le dijo que se trataba de unas religiosas familiares suyas, a quienes había ofrecido su casa para que pasaran con ella unos días. El agente del orden, con gran delicadeza, les dijo que estuvieran tranquilas, que no serían molestadas en absoluto y cuando regresó a la calle invitó a los curiosos a que se dispersaran. Veintiséis días permanecieron las Concepcionistas fuera de su que– rido y añorado convento. Hasta los primeros días de junio de 1931. En este tiempo vivieron experiencias muy diversas. Las religiosas sanas, aco– gidas en casas particulares, aunque extrañaban el régimen de vida, no tuvieron mayores problemas. En cambio para las religiosas jóvenes que acompañaron a las enfermas, fueron días que les dejaron bastantes malos recuerdos. El piso donde se instalaron no estaba amueblado, faltaba lo más elemental y como no había suficiente número de camas, algunas tu– vieron que dormir en el suelo. Nos consta que a Sor Mª Beatriz, cuando regresó al convento, le sa– lieron grandes moratones por todo el cuerpo, consecuencia probable de los sustos, tensiones, incomodidades, y acaso el régimen de comida. 169
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