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casas. Lo más inquietante para ellos, no eran las leyes que se aprobaban en las Cortes de mayoría izquierdista, con ser tan arbitrarias, injustas y cargadas de odio hacia todo lo que oliera a religión. El peligro real, inmediato y que aparecía por sorpresa, de día o de noche, eran las explosiones de violencia de las turbas que se hicieron dueñas de la calle desde la proclamación de la II República. Los altos y bajos en su crispación había que tenerlos muy en cuenta. De sus reac– ciones bárbaras e inclinadas a la violencia y destrucción podía esperarse cualquier cosa, desde la muerte por linchamiento, hasta el allanamiento e incendio de la casa, lo que les viniere en gana actuaban completamente incontroladas. El Gobierno daba la impresión de que, ante tales desma– nes, o miraba para otra parte o atribuía cínicamente los actos vandálicos a los enemigos de la República, porque querían desprestigiarla. Ypor si acaso alguno piensa que hablamos de memoria o exagera– mos los acontecimientos, demostramos nuestras afirmaciones con algu– nos datos: En la mañana del 11 de mayo, al mes escaso de instaurada la Re– pública, se iniciaron a gran escala los incendios y destrucciones de igle– sias, colegios y casas religiosas. Lo curioso o significativo de estos acontecimientos es que se originaron por causas ajenas a la religión. Lo vamos a ver: El diez de mayo, se reunieron los monárquicos en su sede -c/ Alcalá, 67-para concretar sus estrategias de cara a las elecciones a Cortes Cons– tituyentes que se acaban de convocar para el 27 del mismo mes. En la calle y frente a la puerta donde estaban congregados se concentraron grupos de sindicalistas radicales y milicianos. Cuando los monárquicos eligieron la plataforma coordinadora de las elecciones y sonaron desde un gramófono las notas de la marcha real. Sacudidos por un mismo im– pulso, el grupo numeroso de milicianos concentrados empezaron a dar patadas e intentaron forzar las puertas. En lo más álgido de la refriega, se les anunció que había muerto un taxista por los disparos desde las ofi– cinas de ABC, los atacantes se olvidaron de los monárquicos y marcharon sedientos de venganza a la sede del periódico, pero se encontraron con que las puertas del periódico estaban custodiadas por la Guardia Civil. 166
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