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Nuestras Concepcionistas supieron aprovechar este tiempo de bo– nanza para dedicarse a lo que pedía su consagración al Señor, no tenían que vivir como luego sucedió, con un ojo en sus ocupaciones y otro en la calle para no ser víctimas de alguna sorpresa desagradable por parte de las turbas. Parece como si las religiosas tuvieran alguna secreta pre– moción del final glorioso y al mismo tiempo trágico que les aguardaba e hicieron horas extra para acumular ,en menos tiempo, más santidad. Acaso también y como recompensa de su gran nivel de santidad, El Señor incrementó rápidamente la familia del monasterio con un grupo de religiosas jóvenes. Esta oleada de juventud fue la mejor inyección de vida, de calor, de alegría y de optimismo de cara al futuro y, ¿por qué no?, de desahogo económico, incrementando las trabajadoras de las ta– reas retribuidas se multiplicó también las entradas, que como ya vimos necesitaba la Comunidad para aliviar un poco las estrecheces económicas a que estuvieron sometidas, desde que estrenaron nuevo monasterio. Si tenemos en cuenta el clima envidiable de santidad que se res– piraba en el monasterio y la gran intimidad y elevación a que habían llegado en su vida de oración contemplativa, da derecho también a pensar que las concepcionistas, no fueron de esos mártires que suben a la gloria del Bernini un poco por sorpresa de todos, por un golpe aislado y santamente oportuno de heroísmo evangélico y de fidelidad a Jesucristo. Más bien hace pensar que en el momento en que las balas de la muerte quebraron sus cuerpos virginales, estos cayeron pesadamente en la tierra, como cae la fruta madura, cuyo peso no puede ya soportar el árbol. 11. Desmoronamiento de la convivencia nacional. En esta segunda parte haremos un poco de historia, sobre los cinco años de angustia y sobresalto vividos por la Comunidad durante el pe– riodo de la II República Española y la encerrona carcelaria en el piso de Manuel Silvela, nº 19 vigiladas por los milicianos día y noche hasta el 8 de noviembre en que fueron sacadas violentamente para su martirio. Fue una larga "Calle de la Amargura" las religiosas experimentaron todos los sufrimientos y privaciones humanamente imaginables. 162

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