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Sor Beatriz llegó también a pensar en la probable vocación de su hermana Florentina, que entonces se encontraba en el Colegio de las Carmelitas de León. En sus cartas Florentina -entonces una adoles– cente- se explayaba con su hermana y le daba cuenta de sus sentimien– tos religiosos: que iba a Misa todos los días y comulgaba y que sentía un gran amor a la Virgen a quien rezaba de manera habitual. Sor Mª Beatriz sospechó que el Señor pudiera estar preparando a su hermana para que en un futuro próximo oiga su llamada de manera fuerte, clara y decidida. En su contestación a Florentina fechada, el 12 de julio de 1934, no le descubre claramente lo que piensa, porque era muy respetuosa con la conciencia y la libertad de la hermana, pero le habla en términos que intentan ayudarle a discernir la voluntad del Señor: "Creo, me dices en tu carta -le responde- que comulgas todos los días, no sé si lo he entendí bien, me alegraría que así fuera, pues de la Santa Comunión es de donde nos vienen todas las gracias, !l2 todos los días hago una súplica especial por ti para que el Señor te dé a conocer su voluntad en lo que de ti quiere:" Sólo llegó hasta ahí, una insinuación implícita. Si la hermana hu– biera sentido verdadera vocación habría cogido la honda, el terreno es– taba preparado para la confidencia o la consulta, pero como esa confidencia no se produjo, Sor Mª Beatriz no insistió más. Con los padres, mantuvo nuestra hermana una correspondencia fluida en fechas puntuales de la familia: Navidades, Pascua, Onomásticos de los Padres y cualquier acontecimiento especial que se producía en casa. De toda esta abundante correspondencia sólo se ha podido con– servar algunas, muy pocas aunque interesantes, la última esta fechada el 6 de julio de 1936, por tanto quince días escasos antes de abandonar para siempre su querido y añorado monasterio. En la carta vierte nuestra hermana los sentimientos e ideas que pre– dominan en su alma de santa. A pesar de la situación explosiva, injusta y amenazante por la que atraviesa España, no respira sentimientos de odio o de terror, sino más bien de compasión y esa envidiable serenidad de las personas que han puesto su total confianza en el Señor. 157
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