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si no mantiene con la familia una relación habitual y fluida en el marco de sus compromisos religiosos y humanos con la comunidad que desde la profesión es su familia de adopción. El procedimiento y la normativa en los conventos de Concepcionis– tas, en este campo han estado siempre de acuerdo con las orientaciones conciliares. Basta citar el nº 117 de sus Constituciones Generales. En los párrafos 1-3 se dice: "Las Hermanas -párrafo 1º- que han abandonado su casa para seguir a Cristo, conserven íntegro el afecto por su familia, especialmente por los padres y hermanos, y manifiéstenlo en la lo oración, en la correspondencia y en los demás medios com– patibles con su vocación contemplativa". En línea con esa estima y agradecimiento que las religiosas deben a su familia, disponen: "Si los padres de una religiosa, estuvieren necesitados, la comunidad les ayudará, según la necesidad y las posibilidades del monasterio". Por último las Constituciones Generales cierran este punto con una re– comendación a toda la comunidad: "La comunidad mantenga relaciones cordiales con las familias de todas las hermanas, a las cuales ma– nifiesten amor y gratitud considerándolas como falia propia". < 28 > En el caso concreto de Sor Mª Beatriz, nunca actuó como si la en– trada en el convento hubiera significado ruptura con la familia, tampoco tuvo la menor dificultad a la hora de relacionarse con sus padres, herma– nos, incluso con alguna otra persona, como el párroco de Nava D. Ma– nuel Zapico, su primer director espiritual. A través de algunas de sus cartas que conservamos como verdaderos tesoros, podemos adentrarnos algo en su alma de hija y hermana y conocer el cariño, el interés y la preocu– pación por los suyos. Poseemos, en primer lugar, seis cartas dirigidas a D. Manuel Zapico que cubren casi toda su estancia en el convento. Las dos primeras, fe– chadas el 6 de julio de 1924 y febrero de 1925, le da cuenta de su satis– facción personal por encontrarse ya en el convento y con tantas 154