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interpretaban en la Iglesia, dar clases de música y ensayar a las religiosas jóvenes y preparar las partes cantadas en el Oficio Divino de las grandes solemnidades litúrgicas. Sor Mª Beatriz vio en el encargo antes que una satisfacción personal, ya sabemos que sentía por ella especial inclinación, una preciosa oportuni– dad y eficaz instrumento para hablar con el Señor y expresarle bellamente sus pensamientos. El Diccionario de la Lengua define la música como el arte de mover el ánimo y despertar en él o comunicarle determi– nados sentimientos. En nuestro caso quien movía las teclas del piano o del armonio y dirigía los ensayos era, antes que profesional, una religiosa enamorada de Dios. No es extraño que las religiosas detectaran pronto en la música de Sor Mª Beatriz algo misterioso, difícil de concretar, pero que tenía siempre una incidencia real en sus sentimientos religiosos. Sor Corazón de María fue alumna suya hasta el día en que aban– donaron forzosamente el convento y nos dice: "A mí me encantaba dar las clases con ella, aparte de sus claras y accesibles expli– caciones, de sus exhaustivos ensayos y de la paciencia que de– rrochaba con nosotras, sus clases de música eran también escuela de espiritualidad, muchas de las canciones, eran estu– pendas oraciones vehículos de profundos sentimientos religio– sos. De entre las muchas canciones que nos enseñó, recuerdo una que no es fácil se me olvide. Justo nos la enseñó algunos días antes de abandonar el convento y dice así: "iOh! Jesús, yo sin medida, Te quiero siempre amar, iQue feliz yo! Si la vida, por tu amor pudiera dar". Siempre que la canto, ahora, después del martirio de Sor Mª Beatriz me evoca un montón de entrañables recuerdos y me sabe a profecía. Parece que en aquellos momentos barruntaba y aceptaba generosa la ofrenda virginal de su vida". Como a las canciones, Sor Mª Beatriz imprimía a las piezas de ór– gano que interpretaba durante la misa, un algo misterioso y profundo, 141