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convento, sentiría la satisfacción del que llega al fin al puerto de feliz arri– bada, fue algo de eso, pero, en su corazón, en ese instante prevaleció la amargura, era el momento en que hacía su última y más dolorosa renun– cia, se colgó del cuello de su padre y según testimonio de las religiosas entró en la clausura llorando. Primeros días en el convento. Narcisa vivió los mejores y más felices años de su vida, en aquella casa religiosa de la Virgen, para ella el mejor rincón de la tierra. Pero estas mieles, no vinieron al día siguiente de su ingreso. Debió superar algunas dificultades, antes de sentirse plenamente encajada. En los primeros días sintió la amarga sensación de tener el corazón dividido. No dudó nunca de que su sitio estaba en el convento y en una vida ex– clusiva para el Señor como religiosa, pero en aquellos primeros días su corazón no consigue disfrutar de la paz e ilusión soñadas. El pueblo con el montón de personas y cosas a las que debió renunciar, desfilaban cons– tantemente por su mente, con viveza inusitada y envueltos en suave nos– talgia; los ratos amenos vividos con los padres y hermanos en le cocina, las horas con las amigas, los juegos y caricias de sus hermanos, D. Manuel los diálogos con el Señor y la Virgen en la paz silenciosa de la Iglesia, las celebraciones del mes de mayo todos estos recuerdos desfilaban por su imaginación juvenil como dolorosas renuncias. En la vida del convento todo le resultaba extraño: la celda con el ventanuco, el pobre camastro, sin mesa ni silla, la matraca de la media noche llamando a las monjas a maitines, el silencio total durante el día, sin oír canto alguno de pájaros de los muchos que había en el huerto de su padre, los bisbiseos y hablas susurrantes con que se comunicaban las monjas en los pasillos y lo curioso de que toda la vida del convento se realizara a toque de campana. Este desconcierto interior afortunadamente fue muy breve, el tirón fuerte de vivir exclusivamente para Dios y las cariñosas atenciones de las monjas, sobre todo, de las más jóvenes, le permitieron familiarizarse muy pronto con el régimen de vida conventual y, en la proporción en que se acostumbraba al ritmo del monasterio, la atracción nostálgica del pueblo fue decreciendo hasta desaparecer. 133
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