BCCCAP00000000000000000000447
jaban en las estaciones, ni la variedad de los paisajes o ciu– dades por donde pasábamos" . Cuando llegaron a la Estación del Norte, en Madrid, después de larga espera, consiguieron coger un taxi que les llevó a la calle Sagasti, 19. La vista del convento, y pienso que la voz dulce y llena de paz de la tornera, influyó en el espíritu de Narcisa, le dio algo de calma y mitigó el torbellino de emociones que sacudían fuerte su corazón. Después de los saludos de rigor y breve conversación distendida con la superiora, esta les dijo que como la hora de ingreso estaba fijada para las seis y en aquel momento eran las cuatro, podían darse un paseo por las calles y conocer algo de la ciudad. Era un día de junio muy caluroso, padre e hija fueron a unos jardi– nes próximos a la parroquia de Covadonga y se sentaron en un banco protegidos por tupida sombra de los justicieros rayos del sol. En aquellas últimas horas que pasaron juntos padre e hija, esta re– cuperó algo las ganas de hablar. Charlaron un rato y como el tiempo de espera daba mucho de sí el Sr. Abundio dijo a su hija si quería, como les había sugerido la Madre, darse un paseo por Madrid. Narcisa dio a su padre una respuesta interesante: "Padre -le respondió- hace tiempo que he renunciado al mundo, no me importa nada de lo que haya en sus calles. En estos momentos -añadió- me apetece más estar sentada a su lado, charlar y disfrutar de su compañía". ( 26 > A la hora convenida, las seis de la tarde, Narcisa y su padre volvie– ron a pulsar la campanilla y la tornera les invitó a que pasaran al locuto– rio. Allí estaba toda la comunidad, los ojos de las religiosas cargados de curiosidad estaban fijos en la nueva aspirante, primero la superiora hizo la presentación a Narcisa de las que iban a ser sus compañeras, luego hubo varias preguntas de las religiosas, todas de ocasión. Narcisa bastante nerviosa y cohibida, respondió, a veces con ayuda de Sor Mª del Pilar, Clotilde , religiosa de Valdealcón, que había ingresado un año antes. La Madre invitó luego a Narcisa y a su padre que fueran a la puerta de la clausura. Nuestra Hermana se había imaginado -en sus días ro– mánticos del pueblo- que, en ese momento de franquear la puerta del 132
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz