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Narcisa, pero el Sr. Abundio contó la conversación mantenida con su hija en el campo, y la carta de las monjas brindaba una oportunidad extraor– dinaria que no debían desaprovechar a la ligera, por ello, aún conscientes de la ración de trabajo extra que se echaban encima, los padres dieron su consentimiento. Para que todo quedara perfectamente apalabrado, llamaron a Nar– cisa, D. Manuel delante de los padres la preguntó si deseaba ingresar en el convento. Narcisa después de dirigir una mirada un poco interrogadora a sus padres, al ver que se mantenían en silencio, dijo que sí. Se acordó también en la visita, que D. Manuel contestara a las mon– jas según lo acordado y ellas adelantaran posibles fechas para el ingreso de Narcisa, los requisitos de papeles, ajuar etc. Cuando abandonó la reunión, Narcisa no empezó a dar saltos de alegría por su hábito de controlar las emociones aunque tuvo motivos en aquel momento para tales explosiones de gozo porque realmente el Señor había estado con ella esplendido. Viaje agridulce. La Abadesa de las Concepcionistas fijó como fecha de ingreso el 17 de junio de 1924. En la víspera se produjo un des– file espontáneo de las gentes de Nava por la casa del Sr. Abundio: DMa– nuel, D. Máximo, las amigas, la mayor parte de los vecinos del pueblo. El Sr. Maestro aprovechó la ocasión para felicitar a los padres por haber elegido para su hija un puesto en la vida, donde podría aprovechar sus buenas cualidades intelectuales y morales. Al día siguiente, 17 de junio, muy de mañana, después de despe– dirse de los suyos con mucha pena y muchas lágrimas, hizo el camino, acompañada de su padre, hasta Santas Martas. Allí subieron al tren que les trasladaría a Madrid. "Nada más sentarse en el departa– mento del tren -es un dato facilitado por mi padre- ella que siem– pre gustaba de hablar conmigo, haciendo preguntas de toda clase, ese día se agarró fuerte de mi brazo, cerró los ojos y en esta postura se mantuvo durante todo el viaje, no le llamó la atención ni el espectáculo del tren que veía por primera vez, la masa abigarra y variopinta de los viajeros que subían y ha- 131
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