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infancia, no existían los centros para mayores y menos en poblaciones pe– queñas como Nava. Los hijos o familiares, como acabamos de decir, pasa– ban la mayor parte del día en el campo. Cuando llegaban cansados, debían atender a los numerosos animales domésticos, no tenían, por tanto, tiempo ni humor para atender a los abuelos. Por eso la presencia habitual de su nieta, hizo más amenas y entretenidas las horas de su abuela Isabel. Entre abuela y nieta existió siempre intenso cariño y familiaridad. Poseemos numerosos datos de esta confianza, algunos de una familiari– dad encantadora. Por ejemplo: cuando Narcisa tenía ya ocho años, los padres fueron a vivir a su casa bastante distante del centro del pueblo, donde está situada la Iglesia y la plaza en que jugaban los niños. Abuela Isabel sufría viendo los paseos que debía hacer Narcisa para ir a merendar a su casa y volver luego al centro del pueblo donde se reu– nía con sus amigas. Habló con los padres y en adelante al terminar sus clases por la tarde, Narcisa iba a casa de la abuela, dejaba los libros, me– rendaba, volvía a la plaza a jugar con sus amigas y a la hora que le tenían fijada iba para casa de los padres. Las relaciones entre abuela y nieta fueron siempre muy fluidas y entrañables. El ingreso de Narcisa en las Concepcionistas, no amorti– guó el cariño entre abuela y nieta. Al menos para Navidad y Santa Isa– bel, el santo de la abuela, nunca faltaron a la abuela noticias y la cariñosa felicitación de su nieta. Narcisa solía tranquilizarla en ellas por la inseguridad que entonces vivían en Madrid los religiosos y le comu– nicaba otras cosas del convento o personales que podían resultar de algún interés para la abuela. Adolescente en el pueblo. Narcisa fue la mayor de siete herma– nos que vinieron al mundo después de ella: Julián, Justa, Florentina, Víc– tor, Cayetano y Ursício que engrosó la familia cinco meses después de la partida de Narcisa para el convento. Quien conoce o ha vivido el ambiente y estilo de vida de una familia labradora de mediana posición económica a mediados del siglo pasado se hará fácilmente idea del cúmulo de trabajos que desempeñaban las adolescentes, cuando eran las hijas mayores de la casa, y sus hermanos muy pequeños. 119

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