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"Observé -dice una de las hermanas- que Sor Mª del Pilar era muy humilde, no tenía inconveniente en sentirse inferior y pedir consejo a las demás. Con mucho interés, en los recreos, prefe– ría escuchar y solo intervenía cuando se lo pedían''. En el cultivo de la humildad y sencillez, Sor María del Pilar tuvo un gran acierto. Suele decirse que para ser feliz no existe medio más eficaz que aceptar con alegría y naturalidad el puesto que Dios nos ha reservado en la vida. El Señor tenía asignado a sor María del Pilar el cultivo alegre y sin notoriedad de la sencillez, por eso vivió siempre feliz en el convento. Ella no era una persona culta, fue normalmente a la escuela en el pueblo, pero cuando empezó a ser un poco mayor, debía faltar con fre– cuencia a las clases reclamada por las faenas de casa. En las Concepcio– nistas no fue hermana de coro, pero desde su puesto sin relumbrón humano, Sor María del Pilar vivió feliz, ilusionada, alegre y muy querida por todas las compañeras de comunidad. Además, y esto era para ella lo más importante, desde sus tareas humildes aceptadas con naturalidad y agradecimiento, Sor Mª del Pilar conquistó altas cotas de santidad. Otra de las cosas importantes y al mismo encantadoras en la reli– giosidad de Sor Mª del Pilar fue su amor, casi me atrevería a decir chifla– dura, por la Virgen. Según confesión de ella misma -y ya adelantamos– en el pueblo perteneció a la Congregación de Hijas de María como deci– sión personal y vivía con especial entusiasmo los domingos del mes de mayo en que, unida a las demás niñas, hacía el ejercicio de las Flores y cantaban a la Virgen muchas y bonitas canciones. Después de su ingreso en el convento, tenía nuevos motivos para cultivar una devoción tierna, agradecida y filial a la Señora. Dios había sido espléndido con ella, le había dado el don de la vocación y en un monasterio y en una Orden cuyo carisma es el culto e imitación especial de la Virgen, bajo la advocación de Inmaculada. Sor Mª del Pilar supo responder a estos detalles del Señor y en el convento vivió relaciones mucho más íntimas y entusiasmadas con la Señora. En el pequeño jardín del convento, construyeron las monjas una pe– queña gruta y colocaron en ella una imagen pequeña, pero preciosa, de la Virgen de Lourdes. 99
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