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«L'levo tan presente este corazón, que in– finitas veces ha sido mi oratorio portátil. .. El de~}ararme si era mío o no, no se me descu– bno .. . » El corazón sigue herido de amor, «encendido e inflamado»; se lo siente penetrar a veces «como con un dardo de fuego»; quisiera como saltar fuera del pecho y «arrancar vuelo acelerado para llegar al blanco, Cristo» (fº 85r-88r). Y no fueron ímpetus de juventud. Todavía en 1646 seguía sintiendo en el corazón «fuego vehe– mentísimo, como cuando revienta una granada: un ardor que vaporeaba hacia arriba» (fº 164v). Otras veces le parecía que se lo «abrían por medio y par– tían en dos partes, al modo que se abre una gra– nada» (fº 167r). Insiste ella en los efectos de atracción amorosa y de desapego total que derivan del fenómeno. Esos ardores del corazón «cortan corno cuchillos» toda aradura de los sentidos, pasiones y potencias: «que– da sola la voluntad, señora de todos los despojos. » El entendimiento «adolece en las cosas de acá», que llegan a hastiarle «por su no ser y vileza»; sólo a:::,etece «dolencias de amor, verdades católicas, pas– to de Escrituras, empleos de santos e imitación de Cristo». Los sentidos e inclinaciones también «pa– decen dolencia, adormecimiento y mortandad en lo de acá, pero no en lo espiritual ». No era nuevo el fenómeno místico del corzt.zón herido; entr e otros, lo habían experimentado santa Gertrudis y santa Teresa. Y, como es natural, quiso mosén Alejo sondear hasta dónde la vida de la ex– tática benedictina pudo influir en la experiencia de su hija espiritual. A su pr egunta, responde María Angela: 93
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