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Pero reconoce que, por su parte, no faltaron in· discreciones de juventud en las maceraciones cor· perales, si bien éstas obedecían al mismo impera· tiyo de un amor nunca satisfecho: «Lo cierto es que su Maj,estad siempre se ha mostrado celoso de este corazoncito desde edad de once años hasta ahora, porque solicitó con grandes veras fuera suyo con un ansia continua de ser santa, que verdaderamente pa– recía una cierva herid,a en busca de mi Dios. Y así hacía cosas que fue milagro no quitarme la salud por los excesos de penitencia y por la sangre que derramaba. Begué a tal extremo, que la santa m~dre me tenía guardas a la vista. Sea Dios glorificado, que harto temprano me llamó por su bondad infinita; pero yo me he detenido mucho en el camino». Siguiendo adelante, explica el fenómeno místico del corazón herido que, como en otros santos, vino a despertar el anhelo de la permuta de corazones: «De la vista de aquel corazón, quedó el mío cautivo totalmente, porque había llevado hasta entonces grandes ansias, pidiendo a su Majes– tad se dignase de tomarme el corazón para sí y darme el suyo, de modo que el suyo fuese mío y el mío fuese suyo. Y así, luego que esta merced recibí de su Majestad, quedé herida íntimamente... Padecía dolencia particular, de modo que no podía sustentarme en pie. Pusiéronme en manos de médicos y, como no era de su facultad la dolencia, no me curaron... Pasé mucho tiempo muy rendidas las fuerzas y padeciendo con– tinuamente gran pena en el corazón, unas ve– ces de un modo otras de otro, porque unas era como que tenía en él alguna herida recién hecha; así experimentaba escocentor, y el es– pacio que comprendía el esconcentor era no más largo que el que ocupa la ancheza de dos 91
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