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Volvía el ímpetu del rapto, y nuevarnente la voz interior la hacía estar sobre sí: -¡Canta y obedece! (fº 164v). En ocasiones er a tal la «violencia suave» de la fuerza que la arrastraba hacia su centro, que se veía obligada a asirse fuertemente al asiento o a la reja del coro (fº 64v). Pocas veces se abandonaba al éxtasis completo. En el proceso informativo las hermanas declaran– tes no mencionan ninguna de esas manifestaciones externas, comunes en los sujetos extáticos; se con– tentan con atestiguar su inmovilidad durante la oración, su total absorción en Dios y su recogimien– to habitual. Pero, a juzgar por sus apuntes, no hay duda de que María Angela tuvo verdadera oración extática. Muy probablemente, esa violencia reiterada era la causa de los «desmayos del corazón», muy fre– cuentes, en los momentos de intensa acción infusa, que alarmaban a las religiosas y desconcertaban a los médicos . Más de una vez estuvo en trance de muerte. El médico del convento, persuadido como estaba del verdadero origen de aquellos accidentes, llegó a decirle: -Madre, no le tengo lástima, sino envidia. El buen doctor se remitía a la respuesta que le había dado un teólogo capuchino, buen conoce– dor de las vías del espíritu, cuando. años atrás, le había consultado sobre los males de sor María An– gela: -Doctor, déjela padecer, déjela padecer. Y dí– gale de mi parte que no se aflija, que en tanto que esté en esta vida siempre tendrá que padecer 2 • ' Escritos, f'> 83r: «Siempre se atiene a lo que le dijo el padre fray Pedro Satorre, capuchino, que murió en esa 86
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