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humanas y divinas», con lo que se miró a sí misma como «niña tierna y amorosa, suave y sazonada para gozar de su suave niñez envuelta en pañales» (fº 219r). Quizá sea esa relación constante al misterio del Dios hecho niño lo que distingue la infancia espi– ritual de María Angela. «Ancheza y libertad de espíritu» Llama la atención el clima de expansión y de go– zo, de paz y de libertad de espíritu, de «hilaridad interior», que se respira en tQdas las páginas de sus escritos, aun en las que describe sus ansiedades, desengaños y sequedades. La libertad de espíritu -«libertad fidelísima» la llama ella- es el fruto de un «señorío grande, pero humildísimo» que la ocu– pa interiormente, una «ancheza interior grandísima», para emplear su propia terminología, que sólo se logra cuando se ha hecho el vacío total de creatu– ras. El alma «está señora de sí misma», libre «para entrarse por esa amenidad de bienes y verdades que saben a todo Dios, con un ansia sosegada y un amor veloz», que nada puede detener. «Está llena de admiraciones, con las cuales respira a su Dios.» Y queda vencida y cautivada por la «violencia divi– na del Amado vencedor» (fº 66v, 71rv). Ese clima interno, tan franciscano, ganoso siem– pre de libertad, aflora con espontaneidad. En abril de 1636 enfermó gravemente, hasta el punto que le fueron administrados los sacramentos. Como le su– cedía siempre, la enfermedad había disipado de su espíritu su habitual temor a los jµicios de Dios, co– municándole paz y suavidad interior, con el deseo de verse volar pronto entre los brazos del Esposo. 84
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