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puede, si se hubiera ausentado en las Indias .. .» (fº 67v). No le faltaron largas temporadas de escrúpulos, du:ias y temores. De todo salía victoriosa con el ejer· cicio de la desnudez interior y del abandono con· fiado en Dios (fº 24v-25r). Pero nada le era tan pe· noso como soportar las ausencias del Amado, «re· tir::>s divinos», dice ella. Un día que estaba en el mayor desconsuelo, dudando hasta de su amor, es· cuchó la voz del divino Esposo: -Este es amor de ausencia. Y me doy por gus· toso y servido (fº 166v). Después de una contemplación de la inmensi· dad de Dios, en que le pareció haber gustado algo de la visión futura, se sintió «enfermar del mal de ausencia», y escribió: « ¡Oh, qué sola me hallo en este valle de destierro! » (fº 72v). Así Dios la afianzaba en la . fe y en la esperanza, las dos virtudes del destierro. Pero con frecuencia le venían «grandes ansias de ver a Dios sin cortinas de fe». El uno de agosto de 1642 dijo al Señor, «al descuido de potencias y por sola fuerza de amor»: - ¡Cuándo te veré como quien te toca y mira! Y se sintió responder: -Vif!,i[, nuda, ardens tata. Era la invitación a seguir por «el camino de la desnudez del espíritu, vigilancia en orar, ardiendo toda en amor», con el eiercicio constante de las tres virtudes teologales (fº 132r). La luz purgativa la hacía sumergirse en el cono· cimiento de sí misma y adelantar en la humildad. «De bonísima gana y por felicidad grande -escribe en 1642- escogería estar toda mi vida de novicia ba.io la obediencia y enseñanza de maestra. ¡Plu· guiera a Dios!» (fº 115v). 81
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