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«Enferma del mal de ausencia» Toda ascensión en la vía del espíritu lleva, como precio, la purificación activa y pasiva. A la primera tarea purgativa corresponde una actitud de rechazo neto de todo cuanto se relaciona con el pecado y aun de toda concesión desordenada a los sentidos y al afecto. María Angela probó, como es normal, lo costosa que es una vida positivamente virginal. Pero ya de muy joven se vio providencialmente puesta a cu– bierto de tales embates. En un momento de acoso fuerte, por causa de «representaciones menos cán– didas », tuvo una visión «intelectual»: un puerto lle– no de nieve; en él, alineados, tres cipreses altos e iguales y, arrimado a ellos, un rosal hermoso de rosas coloradas. Entendió que lo tres cipreses sig– nificaban las tres divinas Personas; el rosal era ella, bien protegida en su virtud y guarnecida de la ca– ridad; la nieve representaba la blancura de la casti– dad. «Experimenté -dice- una candidez grande en todo mi interior. Quedé de todo punto libre de mi tentación, sin jamás haberla vuelto a padecer en toda mi vida » (f° 3v). . Pasó por pruebas internas y externas, que fueron acrisolando su amor y afianzándolo en la pura fe. «Desde los principios que me llamó Dios para el camino de oración -escribe-, todo ha sido llevar– me su Majestad por nieblas y oscuridades» (fº 3r, 8v). Y en 1636: «Pasaron las gracias y favores. Quedé tan desnuda, que parecía una creatura hecha de amargura. Y conocí muy al vivo cómo todo había siclo don de la divina _gracia sin merecerlo ... Y así, ¡glorificado sea por habérmelas quitado y vuéltose– las a tomar! ... La especial presencia y asistencia de su Majestad, tan dulce y familiar, se me convirtió en una ausencia y lejanía grande como, si decirse 80
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