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manos; y mi entendimiento queda muy mejo– rado y entendido en las ocasiones que me su– ceden, comprendiendo las cosas con más no– bleza y delicadeza, así las amables como las que no lo son; y en las cosas divinas, una vive– za de fe, que me comunica algo de experiencia y certeza... Y con esta buena disposición de mi entendi– miento se conserva mi voluntad limpia y sen– cilla como una paloma; y mi alma, un ave fé– nix, anhelando y aleando para abrasarse en el divino amor; en el cual muohas veces experi– mento un ardor de fuego que me derriba y me abrasa. Y fuera de este divino fuego no puedo vivir; cuando me falta, es menester mucha pa– ciencia y conformidad. Háceme su divina Majestad, cuando más descuidada estoy, unos favores muy íntimos y secretos delicadísimos, porque me penetran el alma a modo de saetas y dardos , flechando mi pobre corazón y penetrándomelo de modo que, como si fuera con arma violenta, me lo siento herido, con una pasión fogosa de amar y hallar al Amante divino, ,que me acaba; y así voy con un hambre y sed indecible. Estos favores me dejan una desnudez tan poderosa, que de todo cuanto he podido me he desnudado... » (f<> 66r). A medida que las gracias de unión ganaban en continuidad y en intensidad, la invasión divina se hacía más palpable aun en los efectos corporales. En 1642 probó a describir a su padre espiritual lo que eran esas «misericordias» del Señor, en que expe– rimentaba «cosas indecibles,>, imposibles de decla– rar. El punto de partida son siempre las ideas y sen– timientos que suscita en su alma la liturgia del día. Al «retoque» de esas verdades, llega a perder la noción del tiempo y del espacio, «como si el cuerpo se hubiera ausentado», mientras el espíritu se sien– te «en una cautividad profunda, íntima y estrecha– mente atraído» por Dios. Y explica: 78
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