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menos lo que Dios obra en mi alma y espí– ritu» (fº 89v). El tema de sus contemplaciones suelen ser los misterios de la vida de Cristo, en especial su pasión, pe::o también, y aun con preferencia, el ser de Dios, sus atributos, su amor inmenso, y los miste– ríes de la fe. Le sucede a veces comenzar a meditar en la humanidad de Cristo, porque así se lo tiene ordenado el confesor, y de pronto la fuerza de la co::itemplación la engolfa en los grandes misterios de la vida divina. Es «mi camino interior», razona ella (fº 26v-27r). Bajo la luz infusa, que la envuelve y la penetra, se siente «cogida», «robada», «poseída» por Dios, a merced de operaciones íntimas que la aligeran y la transforman. A veces las recibe como «hablas pode– rosísimas» (fº 21v), esas que san Juan _de la Cruz llama «palabras sustanciales» que producen lo que significan. Lo indica ella con una expresión suya muy repetida: «El decir de Dios es obrar» 1 • Pero de.iemos que ella misma nos describa su propia vivencia, en una cuenta de conciencia de 1636: «Mis ratos de orac1on han sido: descansar en Dios quieta y suavemente, con grande t.ran– quilidad; y con esto refrigeraba su Majestad mi espíritu y aun mis fuerzas corporales. Este modo de oración fortalece infinito mi alma y la vivifica y da nueva vida, porque la incorpora en Dios, vida eterna, así como una bebida cor– dialísima... ; me hace perder muchas cosas de creatura y me de.ia toda trocada, con un sentir, tender y saber en Dios, que pierdo sentires hu- 1 Escritos, fº 137r, 156v, 174rv, 191r, 197v, 205v, 219r. En forma semejante había escrito santa Teresa: «Sus pala– bras son obras» (Vida, 25,3; 27,2: Moradas, 7,2). 77

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