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que Él quiere disponerla a una merced particular le «llena el espíritu de un temple humilde y suave», que redunda en los sentidos. Y esto aun durante el día, esté donde esté. Sien– te que el Señor le hace compañía, sin dejarse ver, y la pone «en una suave marea, que tiene el alma como metida en leche», con una certeza absoluta de que es Bl (fº 68r). Es como un «respirar en Dios», aun en medio de las ocupaciones externas, sirvién– dose de «breves jaculatorias, recordaciones amoro– sas, actos agradecidos y tiernos, pulsaciones interio– res, abismamientos en la divina inmensidad, aviva– miento de verdades de su Majestad eterna o Escri– tura, uniones de voluntades entre los dos, con suma brevedad ... » Son «saetas enviadas a su melífluo Co– razón y dardos divinos -dice-, los cuales primero me los arroja su Majestad que yo a Él» (fº 102r). El hábito de fe, unido a la actualización cons– tante del amor unitivo, había creado en ella un sentido de lo divino que le mantenía siempre el es– píritu en vibración. Lo explica, respondiendo al con– fesor en 1641: 76 «Tengo continuamente el corazón en un ar– dor que se abrasa, un fuego que me gasta las fuerzas, un no ser señora de oír hablar de Dios y sus finezas, de la gloria, de unión, de verdades católicas, palabras dichas por la boca de Cristo nuestro bien; un ver un alma pura, un memorar tiempos pasados gastados en em– .pleos de su Majestad, un leer en mis mismos papeles algunas misericordias recibidas; y co– sas mucho menores: un mirar al cielo, soledad o arboleda, un oler un suave olor, un sentir tocar las campanas, un ver llover con sereni– dad, un día cubierto, un sentir truenos, ver un puerto Heno de nieve... , qué sé yo: mil niñe– rías que es imposible decirlas todas, y much:)

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