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un auto de fe, al estilo de los que solía celebrar el tribunal de la Inquisición, públicamente acusada, ultrajada, avergonzada. Y no era un juego de fan– tasía, sino auténtica vivencia de grandes efectos pu– rificantes (fº 119r). En realidad todo esto no era otra cosa que la manifestación plástica de un amor apasionado, de verdadera enamorada, al Hiio de Dios, «hecho hom– bre para ser mi dulcísimo hermano», como ella se expresa en términos muy franciscanos (fº 30r). Es un amor comprometido y acuciante. Jesús es para ella, ante todo, el maestro y el modelo a quien desea seguir de cerca. Y también este anihelo cobró forma y vida en un método que ella designa ejercicio de semejanzas y desemejanzas. Tuvo comienzo «en un día de la fiesta de la Encarnación» por el año 1628, y consistía en una confrontación permanente de su vida con la del divino eiemplar, tratando de aseme– jarse a :Él en cuanto iba contemplando de sus hechos y palabras y de enmendar en sí misma cuanto veía que la distanciaba Cf° 17r, 18r, 40r, 54r, 75v). Las «capitulaciones» del desposorio Era muy natural que, en ese deseo de conformi– dad por amor, germinara y creciera la aspiración a la unión con el divino Esposo. En otras santas suele aparecer como resultado de un proceso místico, que sigue a la primera gran purificación y coincide con el período extático. En María Angela, por la actitud comedida que luego veremos, es la respuesta cons– ciente y generosa, pero programada, por decirlo así, al Amor que la invita. Su desposorio tuvo lugar el 21 de octubre de 1626, y fue precedido de un tiempo de «probación» 68
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