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manos de dos hermanas a qaienes imponía, por obediencia, le hicieran de verdugos: el ejercicio lo hacía en la oscuridad de la noche 2 • Otro era el ejer– cicio de la cárcel, en memoria de las tres horas que Cristo pasó en el calabozo, según una pía considera· ción muy en boga entonces aun en el arte (fº 16v-17r, 36v-37r, 107r). Solía practicarlo durante las «vigi– lias»: Permanecía sujeta con una cadena y una ar– golla al cuello, viéndose a sí misma como «delin– cue:::ite y facinerosa» o como •<una esclavilla negra de Etiopía», ante el Señor (fº 113r). El tercer ejercicio era el de la cruz: permanecía, sostenida de los tres clayos, en una cruz grande que había en el coro, y en esa posición incómoda rezaba o meditaba (fº 102r, 159r) . Los describe en 1642, al exponer al confesor dor: Alejo su deseo de seguir reproduciendo al vivo los padecimientos del esposo Cristo: «Todas las madrugadas tomaré de mil amo– res el verme presa y encarcelada, con cadena al cuello, grillos en los pies, argolla en la gar– ganta y esposas en las manos, recibimiento de cuarenta azotes por ajenas manos, que así los recibió su divina Majestad. Y, cumplido con esta disposición, subir a la cruz de los tres cla– vos y estar en ella media hora en oración o rezando el oficio de la cruz, que ya lo sé de memoria» (f 0 99v, 158v). Otra invención original suya fue el ejercicio del teatro sant 0 o. Con el fin de experimentar en profun– dkad la confusión de Cristo ante los tribunales y ante el populacho, imaginaba verse comparecer en : Esaitos, fº 14r-20r, 24v, 31v, 34v, 38r, 56v-58r, 62v, 1,68v. Una de las dos religiosas, que hubieron de aceptar por obe– diencia ese oficio de verdugo, fue sor María Inés de Villa– seca, según ella misma lo declaró en el proceso: Trasla– do, fº 165r. 67
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