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6. CRISTO, «ESPOSO DE SANGRE» Desde muy joven sintió Marfa Angela una fuerte atracción a la soledad y a la intimidad con Dios. Conocía el secreto de llevar «vida de ermita sin estar encerrada», aun hallándose con las religiosas o reci· biendo visitas Cf° 42r). Cualquier cosa le servía de reclamo hacia ese desierto interior. «Con un poco de olor de una fruta me interioro», ·dice con su lé· xico personal (fº 130r). Y le ocurría frecuentemente hallarse tan embebida en esa presencia del Amado, lo :nismo en el coro que en la sala de labor, que si una hermana se le acercaba para hablarle, se sobre· saltaba en forma aparatosa. Participación activa en la pasión de Cristo Los tiempos destinados a la oración en comuni· dad -tres horas de meditación, además del oficio divino~ le sabían a poco. Por ello, durante muchos años, practicó con regularidad, cada semana o cad,a quince días, las que ella llamaba sus «vigilias», que duraban desde que las hermanas se retiraban, ter· minando el rezo de media noche, hasta que regre· saban al coro de madrugada. En ese tiempo se ab· sorbía en la contemplación o se daba a penitencias 65
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