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A confirmarla en su certeza de que su vida «co– rría por cuenta de la divina Señora» vino otro su- · ceso, para ella nuevo milagro. En el mes de mayo de 1633 sufrió algo que fue diagnosticado como ata– que apoplético. Era de noche, y no había posibilidad de llamar ni médico ni confesor. Las religiosas ora– ban y sollozaban. No teniendo otro remedio que aplicarle, fueron en busca de un manto de la Vir– gen del Pilar, que guardaban en el convento. Lo mismo fue aplicárselo sobre la cabeza, que verla recobrar los sentidos y comenzar a mejorar hasta su restablecimiento completo (fº SSr). Dos misterios marianos la atraían particularmen– te: la Virgen de la Encarnación y la Concepción in– maculada. Y entre las advocaciones, la que más de– cía a su corazón, en parte por lo que había en ello de nostalgia de su tierra, era la Mare de Deu de Montserrat. Estando en Murcia, refiere cómo en una ocasión, en que se hallaba muy acongojada, cayó de rodillas ante la imagen de su Virgen, que siempre tenía consigo, y se vio libre de sus penas y muy co::i.solada (fº 186r). Otra vez, habiendo recibido de don Alejo unas estampas de la misma, poniendo sus ojos en una, sintió renovársele, juntamente, el amor a María y a su patria catalana. «Experimenté -es– cribe- 1a presencia y asistencia de esta divina Se– ñora, que me comunicó una claridad y tranquilidad suave, tan grande, que en un abrir y cerrar de ojos me hallé trocada interiormente, penetrando esta Se– ñora mi alma, con tal amor y cariño, que no lo puedo explicar, como si actualmente viera esta ima– ge::1 y viviera yo donde reside, que es en el santo Monte» (fº 185v). Asimismo, en uno de los primeros años de la fu::i.dación de Murcia, un sábado, en el momento de cantar la Salve, tradicional en los conventos de ca- 63
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