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Nótese que en el «consistorio» no aparece santa alguna. Sabemos, no obstante, que profesaba espe– cial devoción a santa Eulalia, como buena barcelo– nesa, a las dos penitentes santa María Magdalena y santa Pelagía, de las que se sentía acompañada en sus momentos de contrición humilde (fº 190v) y, por supuesto, a santa Clara. En honor de la «santa Madre» compuso una bella Letanía en latín, que causó admiración al arzobispo don Pedro de Apao– laza, hasta el punto de hacer sacar una copia en buena caligrafía, para tenerla consigo. Se conserva entre los escritos originales (fº 241/242). No era amiga de formas contrahechas de religio– sidad. Una vez que cierta noble señora, pidiéndole oraciones por la salud de su esposo, se empeñó en que hiciera «promesas y votos», se negó. «Yo nunca quise hacer ninguno -explica-, y más a santos de mi casa y religión. No lo puedo acabar conmigo» (fº 39r). Doblemente hija de la Virgen En un plano muy superior, no hace falta decirlo, destaca su amor filial a la Virgen María. Se sentía personalmente obligada por la seguridad que tenía de que, cuando estuvo muerta en Sarriá, como lo oyó de labios de la madre fundadora, la Virgen ha– bía tenido su alma, separada del cuerpo, en sus bra– zos maternales. Por este hecho se consideraba «hija de la Virgen» por doble título (fº 30v). Al recordarlo, se le llenaba el corazón de reconocimiento y de ter– nura para con su celestial protectora; también en el amor a ella experimentaba suavidad indecible, «cariños -dice- que me dejan sin valor y como sin corazón en el amor de María santísima». 62
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